-¿Quiere mi cuchi-cuchi otra pipa? ¿A que quieres otra pipa, eh? ¡Qué rico es, mira qué bien las pela...!

    ZombiD se ríe mirando la jaula de colores del hámster que me ha traído y al que he llamado Cecilio. El pequeño animalito gris se deja coger y corretea por mi brazo, todo pequeño y suave. Le doy un beso fugaz antes de ponerlo de nuevo en su jaulita llena de tubos y toboganes, en la que hemos dejado un gajito de mandarina al que se lanza como un rayo apenas entra. Cuando lo mordisquea, nos mira y sus largos bigotes se mueven en todas direcciones. 

   -¿Sabes? A lo primero, quise cogerte un lorito, pero el de la tienda tuvo la cara de intentar venderme un loro más muerto que yo. 

    -¿Qué? ¿De veras?

    -Sí, sí, y el tío diciéndome "no, no está muerto, está descansando". Tuve que sacar al loro tieso de su jaula y ponerme a gritarle, pegarle contra la mesa y tirarlo, para demostrarle que estaba caput. ¡Y todavía tiene el rostro de soltarme "bueno, quizá no esté muy vivo, ¡pero no esperaba encontrarme comprando animales a la Inquisición española!".

  (No. No van a salir aquí. El sketch es dos pisos más arriba) Suspiro. La verdad que se coge mucho cariño a estos pequeños animalitos, y con frecuencia, uno les cuenta secretos que no contaría a nadie más, y ese es el caso que nos ocupa esta semana, con un pez. Un pez llamado Wanda. 




     Un abogado defensor, un robo audaz, una chica muy lista, un tartamudo amante de los animales y un experto en armas de inteligencia algo justita. Estos, van a ser los ingredientes de una de las comedias más alocadas, picantes y divertidas de la década de los ochenta. Concretamente, Wanda (Jaime Lee Curtis) es la novia de George, jefe de una pequeña banda que planea un robo a una joyería, para lo que precisan a alguien con mucha puntería, y Wanda sugiere a Otto (Kevin Kline), su amante, a quien hace pasar por su hermano para evitar las sospechas de George. El robo sale casi impecable. Casi, porque una anciana de muy mal carácter logra ver a George y puede reconocerle. Wanda y Otto denuncian a George y se disponen a quedarse con el botín, pero cuando van a buscarlo, se llevan el chasco de sus vidas al descubrir vacío el escondite. Wanda, que había planeado deshacerse también de Otto, se ve forzada a conservarlo junto a ella un poco más. En su intento de descubrir el verdadero escondite de las joyas, la joven intentará seducir a Archibald "Archi" Leach (John Cleese), el abogado de George. Y... ¿quién conoce el paradero de las joyas? Pues en realidad, nadie, pero el secreto obra indirectamente en poder del tartamudo Ken (Michael Palin), el cuarto miembro de la banda, y del pez favorito de su pecera, un precioso pez ángel al que ha bautizado en honor de su adoración imposible: Wanda. 

     Wanda es una aventurera peligrosa y atrevida. Una mujer lista que juega más de una baraja y que no tiene más lealtades que las referidas a sí misma, y cuyo único objetivo es dar con las joyas y largarse cuanto antes; si para eso tiene que utilizar a George, a Otto, a Ken y a quien sea, lo hará. Jugará siempre con su atractivo femenino para seducir a sus compañeros de reparto y obtener lo que desea de cada uno, en la línea de otras mujeres aventureras como nombres tan familiares como Milady de Winter o Fujiko Main, pero vista desde una perspectiva mucho más amable y simpática. A diferencia de las citadas, que parecían incapaces de sentir cariño por nadie, la coraza de Wanda, en la cinta que nos ocupa, se romperá, y empezará a no distinguir la seducción de los sentimientos, lo que hará que su personaje se haga mucho más humano y simpático que el de otras aventureras similares. Al contrario de lo que pudo suceder en otras épocas de la Historia, en las que una mujer tan fría, decidida e interesada sería objeto de denostación, en los codiciosos años ochenta, el personaje de Wanda era el de una mujer libre y muy inteligente, que no sólo no iba de muñequita para los hombres, sino que se aprovechaba de estos fingiendo serlo. Sus sucesivas traiciones a cada uno de sus amantes no la dejaban en mal lugar, sino que la hacían ser la más lista de todos y robar el corazón del espectador con sus "pillerías".

     Archibald, a quien Wanda llama cariñosamente "Archie" es un abogado cuarentón, casado y con
una hija ya mayor, atrapado en un matrimonio sin amor que no va a ninguna parte. "Estoy casado con una mujer que prefiere trabajar en el jardín a hacer el amor", dirá en una ocasión. Su hija ya no le necesita, y su mujer directamente le ignora. Cuando Wanda llame a su puerta, primero con el cuento de que estudia Derecho y quiere su opinión sobre ciertos extremos legales y más tarde admitiéndole sin tapujos que lo quiere simple y llanamente es acostarse con él, Archie verá su ordenada y aburrida vida puesta patas arriba de golpe... Pero se dejará llevar. A sabiendas de que él y su esposa ya no son nada el uno para el otro (apenas se hablan, a ella no parece importarle un pimiento nada de lo que le cuenta él pero se queja de que es él quien no la escucha, duermen en camas separadas...), se lanza a la aventura que Wanda le propone y descubre de sí mismo que es mucho más divertido, ocurrente, audaz y lanzado de lo que él pensaba. A pesar de que la infidelidad es siempre un tema espinoso (sobre todo en la cultura anglosajona; en la europea y latina es algo que se toma un poco más a la ligera. Como decían en Un par de seductores -recordadme que os hable de ella en verano- "Estar con otra mujer, es francés. Dejar que te pesquen, es americano"), en esta cinta lo sortean haciéndonos ver que el matrimonio de Archi con Wendy está acabado, y que en realidad ninguno de los dos quiere ya al otro.


   El tercero en discordia, Otto, es el actual amante de Wanda, a quien le gusta presumir de su gran saber, de leer a Nietzsche, de ser muy culto... en realidad, es bastante cortito de entendederas y ni siquiera ve que, igual que Wanda traicionó a George para estar con él, ahora le está haciendo capricornio a él para estar con Archie. Mientras que Archie es el prototipo del inglés flemático, calmado, redicho y pomposo, Otto es temperamental, visceral, pagado de sí mismo y vulgar. "¡Mamón!" es lo más suave que sale de su boca, y la cultura de la que presume en realidad no da ni para un examen de quinto de básica... pero sí es astuto y rápido de ideas cuando se trata de salir del paso, así, cuando el buenazo de Ken empiece a sospechar que Wanda y él no son realmente hermanos, Otto se saldrá por la tangente haciéndole creer que es gay, y pidiéndole un beso.

    Era la primera vez que varios Monty Phyton (John Cleese y Michael Palin) trabajaban fuera del grupo humorístico con otros actores esencialmente cómicos. Se trataba de trabajar en una cinta de humor ligero y vodevilesco, con enredos, infidelidades, persecuciones y una importante dosis de picardía, algo muy alejado del humor surrealista que estaban acostumbrados a practicar, pero humor a fin de cuentas, y salió muy bien. Muy, muy bien. A pesar de que las apariciones o el protagonismo de Palin sean inferiores a las de Cleese, está inmenso en su papel del tartamudo amante de los animales. Y de John Cleese sólo se puede decir que es John Cleese... alguien que fue capaz de mantener el semblante perfectamente sereno encarnando a mr. Teabag, más conocido como Ministro de Andares Tontos, es un ACTOR de los pies a la cabeza. De hecho, Un pez llamado Wanda salió tan bien, que durante algunos años se barajó la posibilidad de la secuela, pero finalmente se decidió que la trama estaba cerrada y volver a abrirla, sería un error... Pero era una idea tan tentadora, que se llevó a cabo una "falsa secuela". Esto es, que unos once años más tarde, se rodó una película con personajes completamente diferentes, argumento totalmente distinto y planteamiento absolutamente contrario, pero con el mismo cuarteto protagonista (Curtis, Cleese, Kline, Palin) y llena de guiños a la cinta anterior. Se tituló Criaturas feroces y es una de los mentís a "nunca segundas partes fueron buenas"; recordadme que os hable de ella en verano.


     La loca década de los ochenta nos dejó un sinnúmero de comedias que sólo pudieron hacerse en
una época de la historia donde la liberación sexual era una realidad, pero no existía la corrección política. Donde los niños desayunábamos cinismo y merendábamos crítica social, donde la codicia se convirtió en religión y donde los líderes políticos eran objeto de burla televisiva prácticamente constante (y entonces, se veía la televisión. Los que ahora pensáis que la caja tonta tiene influencia, no os ponéis en la situación de un país en el que sólo existían dos cadenas y nadie cuestionaba NADA de lo que salía por ellas. Hoy día existe internet, y hay un colectivo cada vez más importante de gente que no ve la tele o que sólo la enciende para ver espacios o programas muy determinados. Durante los años ochenta, la tele era como la radio en los cincuenta: estaba encendida TODO EL SANTO DÍA DE DIOS.). Cintas como Los cazafantasmas, Entre pillos anda el juego, o la que nos ocupa hoy, se volvieron representativas de la época a la que pertenecieron. Un pez llamado Wanda es una cinta irreverente, llena de humor picante, con alma de vodevil y con personajes a los que es imposible no querer, aún sabiendo que son infieles, traidores o ladrones. Cinefiliabilidad 4, lo que significa que es fácil de ver, pero no es apta para ver con hermanos o sobrinos pequeños.


"¿Crucifixión? Muy bien, pase por aquélla puerta, una cruz por persona, gracias... ¿crucifixión?"  Si no coges ésta frase, tienes que ver más cine.